Tonalidad inexistente

Sé de los designios del calendario. El aroma que deja el minutero al pasar empieza a podrirse. Las cosas que tiene la vida ¡Qué vida de mierda!

Viejos solitarios manchados de nostalgia, muchachas pagando cuotas para perder la vida, señoras acostumbradas a inventar mejillas. Y todo sigue, y todo pasa y lo horrible se transforma en cosas peores.

Los pesares parecen detenerse en el tiempo, junto a la sombra de la mosca que revolotea el cuarto, a la par de la gota de sudor estancada en la mitad del rostro y en conjunto con la pupila dilatada en otro triste momento de éxtasis.

Parezco encerrarme en mis libertades y esa condena es asfixiante si mis quimeras comienzan a creerse sueños y no realidades. Solo soy dientes al viento cuando el rosado baña mi rostro, cuando un hilo de sangre que brota de unos labios se enreda en los míos y cuando un par de cicatrices se vuelven música y cierran mis heridas.

Foto por: Daniela Vélez

¿En qué momento el desierto de la cama se convirtió en istmo? He descubierto, al final del día, que la génesis de mis pensamientos se configura a partir de los ojos oscuros más coloridos que sentí sobre los míos.

El miedo debería ser el principal pecado de todas las religiones del mundo, y, como ateo de ella, pienso quemarme en su iglesia hasta hacerme ceniza y volar hasta sus infiernos para decirle que el cielo es una cárcel con barrotes de nubes.

Cuando viejo, si es que llego a tener el pelo rucio, podré cantar con tonalidad inexistente, a pesar de lo fugaz, de lo pausado o lo alegre (porque la alegría es ajena al tiempo), y decir que esa extraña compañía germinó en mí una efervescencia similar a la que sentía cuando de niño hacía goles en la cancha de mi barrio.

Daniel Muriel


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