¿Por qué somos?

La escritura, el video y el sonido, cada uno con funciones diferentes, hacen parte de un mismo cuerpo, de un latir que a través de la voz del guayabo, busca ser puesto en evidencia.

La etimología del guayabo se escabulle entre lo desconocido. Palabra huérfana, de fruto, de palo, de vestido. Cuál podría ser su voz más que las historias roncas de pelados atiborrados de anís, borrachos de desamores y remendados con los mitos y leyendas de familiares y amigos que terminan de tejer lo que somos y proyectamos ser.


Resaca, hangover, sbornia. El guayabo cruza la barrera del licor, se asienta en el corazón y la mente. En temas de amor, va desde el/la hombre/mujer que inmiscuido en el espejo olvidó el reflejo de quien daba color a su piel y pierde. Despecho.

Decisiones de vida. El trabajo que dejé por otro que nunca pelechó. Arrepentimiento.

Guayabo es la sensación de lo que pudo ser, pero no fue.

El guayabo habla en forma de conciencia. Él engaña. No vuelvo a tomar, no vuelvo a amar.  Y el día de mañana, en un estado alterado de los sentidos, cuando las montañas se pintan de azul en el balcón de colores, y la lengua camina por las bifurcaciones de otra piel, y la garganta se desborda por el caudal de aguas etílicas que libran de prejuicios, buenos modales y guevonadas, nos encaminamos en el peregrinaje a una sensación de plenitud, subiendo más alto para que la caída golpee con más fuerza la cara. Y despertamos al medio día, pintados de vómito, con la piel de otra que no tiene cara ni recuerdos (si se tiene suerte), con la lengua hecha una Tatacoa, los pies dos ladrillos y las tripas plastilina. La soledad menos aislada, el guayabo. Que saluda de nuevo, vestido de negro y sin sonrisa.

Somos el preludio, el éxtasis y el ocaso del guayabo. Transitamos entre los rincones más ásperos y acolchonados de nuestros avernos. Aquí el trago, el amor y el arrepentimiento, son dioses y diablos. Rezamos a unos y tememos a otros.

Nacimos en la agonía del siglo XX, no nos alcanzó para el nuevo milenio, como cuando falta plata pal chorro, quedamos en nuestras vidas, siempre, en lo que pudimos ser pero no fuimos, ignorando la conciencia porque a ella la matamos bebiendo cada semana.

¿Odiamos? No, o sí, o solo sentimos asco por los patrones y lambones, por los preocupados excesivos del vivir, por las interesadas y los convenientes. Nos causa carranchín las ciudades frías, los corazones gélidos, y somos hinchas del clima caliente, el aguardiente helado, el tequila, las monas y morenas y las personas que atizan el sentir de los demás.

No estamos creando nada, solo somos voz de este movimiento desordenado de seres humanos con dolor de cabeza, sed, despecho, aflicción y ansias de narrar. Nuestras ínfulas son las de borrachos vagos que, en la voz del guayabo, buscan encontrar una melodía bohemia que les acaricie el remordimiento y los impulse a bailar en esta rumba que tenemos por vida.

Daniel Muriel