Carl Jung contradecía a Freud afirmando que el inconsciente colectivo antecede al individual.
El viejo zorro sentado una tarde con los compadres en una tienda en las laderas de El Infierno. Un tango les recuerda que un hombre para ser hombre no puede ser sapo. Si mueren que sea como ‘El Zurdo’ Cruz Medina, con fama de ‘gran varón’ en el arrabal.
La manía del borracho que al ver sudar su cerveza la desnuda de etiqueta y la arroja al suelo. La cantidad de basura es proporcional a la borrachera.
Todos son mujeriegos, pero no perdonan la mínima muestra de alevosía de sus parejas. Ellas los ven embriagarse a diario en esa tiendecita donde piensan cuál es el mejor camino para evadir la ley.
No importa en qué lugar estén ubicadas, pero a las tiendas, el sol de las 4 de la tarde (cuando este le gana la mano al mal tiempo) siempre las manosean con un áureo y mágico brillo.
¿Cuántas veces se han enloquecido juntos? ¿Cuántos días han tocado los mismos temas? Disfrutan sus banalidades, no les quita el sueño que sus formas sean un prejuicio para los que miran por encima del hombro.
El mundo se acaba y empieza en esa tiendecita. El miedo a la muerte se exilia y el presente es más presente que nunca.
El olor a cuncho y las barbas sin afeitar, la faena es larga. La teja de zinc que se vuelve guacharaca con la lluvia, la esterilla, la pared corroída pintada a medias, mangas remangadas y pantalones sucios, sudor y cerveza, calor y cerveza, sus vidas y las cervezas de las tiendas a las 4 de la tarde de soles flavos y sofocantes.
Hoy, las tiendas y cantinas a las 4 de la tarde son un imán que me hala hasta sus sillas mal presentadas. Hay un lazo que me une a esos mundos que empiezan y terminan en una esquina de tertulias con los mismos vagos que ignoran casi todo lo que yo ignoro.
De niño, nunca fui devoto de mi viejo. Hoy me fascino con sus historias de cervezas, vicios y sangre. El hombre que dice que mi viejo es un señor es el que vende revuelto en un carrito de madera, no el bípedo con corbata y buen peinado.
Esta foto habla por él.
“Y las almas libres huyen para un bar a tratar de salvar la conciencia”.
Daniel Muriel
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