Estridente

Foto tomada por Silvia Daniela

De dónde salió esa atracción repentina por una mujer sinónimo de piel oscura en la que no había amor pero sí una suerte de pasión estridente. Básica. Potente. En medio de ebrios insoportables nos enfrentábamos con una mirada fija extraña, como algo diáfano que se vuelve tóxico. Una frustración con cura.

Mis sentimientos sufrían constantes episodios de abstinencia. Quizá era un amor de copas y colores vivos que estaban destinados a morir, dejando canciones compartidas y relegando a las que no alcanzaron a ser.

Cuál es el camino oscuro de las canciones de blues que dejamos perder y un día van a ser un tango como el que manchó a Rupatrupa.

Una noche entró al parque y la silueta de sus carcajadas se convirtió rápidamente en la más llamativa de mis ojos y del lugar oscuro lleno de gente triste que parecía huir de algo que yo no identificaba, pero de lo que también huía. El olor de su pelo y de su horrible trago tibio y afrutado hacía ver todo menos polvoriento.

Después de la noche hubo largos silencios, ¿Qué queríamos ocultar? Para empezar, se supone que los silencios dicen más cosas malas que buenas. Eso dicen. Tal vez sentía paz, como yo. O no. Nunca lo voy a saber y no sé si me turba más no haberme dado cuenta o la certeza de nunca saberlo. Y bueno, quizás era un interrogante mutuo y cómplice.

Nuestros ojos se perdieron en un vehículo lleno de flores y colores que no volví a reconocer. En mi mano siempre había una cerveza caliente que ya nadie quería tomar y en la suya un aguardiente medido con sus dedos suaves y torcidos que yo quería tocar. Lo medía para repartir de maneras iguales el anizado en un roto de luces azules que me gustaba y no en el lugar corrompido que a ella le atraía y en cuyo espejo siempre la veo.

En las madrugadas de estrellas ebrias ella siempre iba y venía. Íbamos y veníamos y nos deteníamos para mirarnos con celos risueños en medio de un tumulto que ignoraba nuestras intenciones frustradas.

Nunca pudieron ser.

Jacobo Jurado

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