La arena tosca de costas blancas se filtra en la sien. Manos odiosas presionan constantes los laterales de la cabeza. La nuca encuentra en sus músculos tensiones viejas que una negra en la playa no puede solucionar. La espalda joven de una columna vieja busca la rectitud inútil de éxitos insustanciales. Las palabras buscan en la mente sus lados más humanos, la pausa de un consejo y buscando el ritmo ameno de un te quiero encuentran un te quise.
Unas flores amarillas de un mundo azul imaginario buscan silencio y luz, cuando llegan a las avenidas de las palabras pierden su abono y su sol, se humedece el cielo y se secan las raíces. Un piso de recuerdos oxidados mata los colores de una felicidad también amarilla como esas flores.
Una piel vieja, ya desconocida, se asoma pesada en los ojos invidentes de mente enferma, más fuertes que los ojos negros de pupilas confundidas que extrañan unos ojos de color canela con miel que miraron con apego.
Se extiende alrededor de la cabeza un perfume espeso de modorra humeante. Los dientes tensionados chirrean unos contra otros, como peleándose. Las frases nunca dichas vuelan lentas delante y dentro de mí, letra por letra. Recuerdos que no son recuerdos, sino un producto ilusorio de lo que pudo haber sido y no fue, laten insistentes en una zona de la mente que está dedicada al deseo.
Los arrepentimientos cansados que en la rutina están en el olvido se abren camino ahora. Aparecen susurrando en la habitación. No faltan, tampoco, decepciones viejas. Los ojos inconformes le huyen al tiempo. A esos inertes relojes que tampoco descansan. En las noches son un enemigo.
En cierto punto las confundidas pestañas empiezan a ceder. La oscuridad está muriendo. Un nuevo sol se quiere asomar en este mundo y yo no entiendo su acto. A lo mejor le tengo que agradecer, porque con su llegada los ojos cansados se despiden. Ahora empiezan a mirar para adentro. A ver las vivencias de la mente y los sueños.
Jacobo Jurado
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