El colchón que quedó

Ya casi son tres años y todavía tengo sobrantes de esos días. A pesar de la continuidad del tiempo, aún lo sueño con frecuencia, me pide perdón y bajo una mínima cantidad de voluntad regreso a verlo, soy feliz y al mismo tiempo me reprocho perdonarlo. Cuando lo sueño es confuso, hay flores, amigos y su esposa. Siento como se vuelve a poblar la casa con nuestra unión fantasiosa, a tener ganas de madrugar a respirar, a sentir en las mañanas que alguien vendrá y traerá un ramo íntimo de olores y lugares que fueron fundamento para eje del alma. Estos sueños productores de inconsciente son un laberinto y tanto quiero saber de él que entro descalza.

Su intempestivo recuerdo azula el día aun siendo de noche, no hay tiempo de transformar las maneras, ni visitar los parajes, ya encontró otra presencia donde detenerse. Y así, me quedé mirándolo desde la casa de mis padres, segura desde el colchón  que quedó como rezago de una relación interrumpida. Solo ahora logro entender que lo bello está en ser explosiva pero requerí tiempo, hombres, una canon t6 y clases de psicoanálisis para continuar y poder poner estas palabras en cadena. Hoy, luchando por dignificar mis actos para volver a la calma, cambie el colchón, arriesgando soltar el último esbozo que quedaba de él, a volver lejanas las imágenes de un tipo acostado a mi lado. Me encuentro en la penosa situación de hacerle duelo a un pedazo espuma y tela donde un día hubo mal sexo y hogar. 

Adriana Ramírez


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