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Con poca pena y mucha gloria acepto que mi único objetivo en un viernes de verano es apresurar el paso para encontrarme con arenas cálidas y un mar de licor blue curaçao. Estaría acá 93 días con 15 horas y no me avergüenzo, porque esto me huele más a vida que la calma de los intelectuales resentidos. Ellos no creen en mí y yo no creo en ellos, su rutina me entristece los ojos y los huesos.
Mi camino es el de las palmeras que bailan en cámara lenta y vulgares al ritmo que les marca un viento de 30 grados. Sus fustes vibran y sus copas frondosas se ondean con los bajos lentos del coro de Sex de los Sticky Fingers. ‘Cause my head is getting bigger and my heart’s getting small.
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Mi vida sigue siendo una dualidad; calor en el cuerpo y frío en el alma, compañías y soledad, sed y cerveza helada, la ausencia de tu piel y la presencia de tu recuerdo. Pero no tengo interés alguno y la memoria será solo eso mientras vaya muriendo en mi mente cada célula de tu piel.
Camino con las palmeras, porque nos la llevamos bien y las porto en mi brazo como sello de hermandad. Y camino en comitiva, con equipaje de quien no está lejos de casa y se siente joven, es una hielera atiborrada de vinos que tenemos pendientes. Hay un esfuerzo placentero por llegar y los cuerpos coinciden en sudor. Y no es como el sudor de la intimidad, pero algo de encanto tiene. No es por un deber, es por el beber y por encontrar dos ojos entre miles, los ojos que se acercarán a mí con delicioso acento y que un día voy a dejar de ver.
Se apresuran los pasos y los vasos. Las palmeras del camino se despiden y nos saludan las del puerto, sedientas como nosotros y no solo de bebida, también de recuerdos. Chapotean y entregan su día al azar, porque es sabio. Yo me entrego a ambos. Al azar y a las palmeras, me deslizo entre el aire caliente del tiempo para ver dónde me pone en este día, quizá en ti o quizá en el olvido y así nuestro romance no verá este cielo.
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El encuentro con el puerto me alegra tanto las pestañas que me dejo llevar en pasos descalzos por las piedras hirviendo y no importa si sale callo. Pero de nuevo dualidad. El abrazo juguetón del sol antes de ponerse y las sanciones personales que impone una mente inquieta. Alegría y melancolía. Mirar el cabello de una chica bermeja o el cabello de las palmeras bailarinas.
No sé si existe un paraíso, pero estoy cerca. ¿Cómo podré saber de qué está formado el paraíso? ¿Es por la belleza o la compañía o por ambas? ¿Es por el mar o las palmeras o por ambos? ¿Es por el erotismo o la ebriedad o por ambos? ¿Es por tus ojos o tus labios o por ambos? ¿Eres tú o es ella? ¿O no es ninguna? Estoy ignorando las palabras y me concentro en mis silencios y en la noche. Existe el paraíso y la destrucción, mi corazón dice que van de la mano y está listo para la confusión de ambos.
Jacobo Jurado
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