Cien guayabos por contar

Ya contamos con 100 escritos, y este decidimos narrarlo a dos voces, con varios guayabos adentro. Recomendamos leerlo con la pantalla del celular en forma horizontal (para tener una experiencia más borracha), ya que en acróstico resaltan las palabras ‘guayabo’ y ‘resaca’. Esperamos, para el futuro, escribir cientos de textos como estos ¡Qué pena con ustedes!

Ron fue lo único que faltó tomar en la noche de anoche. Los viejos y viejas salen a correr
en esta hora de la mañana con aires distinguidos, pero decepcionados de sus vidas.
Suenan las campanas de las iglesias avisando que es hora de despertar a bailar la vida,
a Daniel esta hora no le importa. Duerme en un tren que nos lleva de Napoli a Salerno.
Con ebria pena me bajo en la estación de casa sin su compañía, porque dormía como bebé.
Además le insistí y no se quiso levantar. Espero que se despierte y reflexione su terquedad.

Gozo de la vista veraniega de una pradera salernitana, como para no hijueputear que por un minuto de sueño no logré bajarme del tren. Perdido en mi guayabo veo un sol naranja, adyacente al color que tiene el sol en San Basilio de Palenque, donde casi supe morir, pero, yo, escoltado por Jaco, pude, no ahogarme, sino salir nadando de mi vómito. Esa tierra, amarga para el opresor y fresca para el cimarrón, fue el primer pueblo libre de América. Y bueno, ellos, negros que rompieron los grilletes del blanco, hoy se burlan de mí porque los ojos los tengo en el culo y porque, además, me pregunto, a qué hora podré volver a mi casa. Imagen
Goterea una lagrima de culpa en mi cabeza por llegar solo a la casa sin Daniel. Pero esta es una mañana de verano muy fresca y el sol pícaro, que me recuerda al clima de Cali, me da alientos como para dar pasos enguayabados y llegar a la cama gris que me espera. Napoli y su viveza nos acogió anoche y como se ha vuelto costumbre, la noche nos presentó gente amena, dispuesta a emborrachar o matar las penas de un coma etílico. Viendo el techo, bostezo acostado, recuerdo la vez que hablábamos de narcotráfico en Cali y un hombre nos observaba. Terminamos bebiendo con él y él resultó ser un exempleado del Cartel de Cali.
Renuncié a la idea de arrepentirme. Cansa mucho ¿Jacobo habrá llegado? El malparido estará metido en un enredo de cobijas o montado en la moto de un desconocido. Así como sucedió en Turmequé, en medio de una borrachera, cuando descubriendo el Tejo conocimos a nuestros ancestros, sus ceremonias prehispánicas, el culto a la chicha, chicha que sabe al cuerpo de la laguna donde nació Bachué, la que hubiera sido nuestra diosa de no ser por los armados españoles y su biblia y su cristo al que hoy me encomiendo para llegar sano a casa. Imagen
Reposo cómodo con los pies extendidos en esta cama sola. En la casa no hay nadie más y evoco días donde se consumaron grupos, porque una casa sola tiene una vida lamentable. Sí, solíamos andar en grupo antes de una tal pandemia de un tal coronavirus. Para contrastar a este estrangulador sofoco veraniego, pienso en el último viaje a Francia, al que Daniel consiguió llegar sin documentos a punta de sonrisas en los controles de migración. Era apenas otoño, pero el frío se sentía tan vehemente como el de un nevado.
Guayabo, La Voz del Guayabo ¿Por qué elegimos un nombre así? ¿A qué se parece? Pues a un soroche, sin duda. En este tren, que va a no sé a dónde, agradezco no tener ese tal mal de altura o soroche, como el que padecimos en el Nevado de Santa Isabel. Eran cuatro mil y pico metros de altura y empecé a ver puntitos de colores, la cabeza la sentía reducida y algo de mareo se meneaba en mi estómago. Queríamos conocer la nieve pero vimos, como brujería, a la altura, que machacaba al pecho con cada paso, con cada escalada. El guayabo, o resaca, es a veces peor que el soroche. Ojalá este tren pare rápido en alguna estación. Imagen
Ginebra es un bello nombre para tan normal licor. Lo pienso en bares de mala muerte que usualmente rondamos. Nada que ver con aquellos a los que una vez nos llevaron en Bogotá, azares de la vida. Viajamos a la capital colombiana por cuestiones académicas, y allí estábamos unas horas después. En un apartamento de chapinero. Ni siquiera el baño aguantó nuestra comida popular, a mi primera entrada se tapó el sensible inodoro. Antes del baile en la discoteca más cara y aburrida a la que hemos entrado, uno de los nuevos amigos, optimista, me pidió que sacara de mi maleta ropa un poco más elegante. No era un chiste. Renegar es muy aburrido si no hay quien escuche. La última vez que me subí a un tren enguayabado fue en Múnich. El Oktoberfest no es una fiesta de más de doscientos años, sino un modo de vivir, un diciembre continuo, que como divierte al alma también la mata, aunque a Jaco esta forma de pensar le moleste ¿Qué sería de la borrachera si no existiera el cuerpo del guayabo? Viviríamos borrachos todos sin los remordimientos del lunes de amargas responsabilidades. El guayabo es mi enemigo y la bebida es mi sueño enamorado. Respiro profundo sin entender el porqué así da más sueño. Miro al techo, estoy tratando de esperar un poco más sin dormir, a ver si Daniel llega con desayuno. Este guayabo en cama sabe al que sentí en Bahía Solano, cuando fuimos a hacer un reportaje y terminamos en alguna tienda, emborrachándonos con un ingeniero de telecomunicaciones. Nos habló sobre el coltán y cómo este era descarada e ilegalmente sustraído de esas tierras chocoanas. Fuimos a denunciar la tala ilegal de madera y gracias a una borrachera encontramos un tema mejor. Guardo este momento para mí. El tren ya dio vuelta y regreso a casa. Vuelvo con la unánime sonrisa del que arregla sus cagadas. En este instante ignoro que conoceré a la amable madre napolitana de Maradona en dos días, ignoro también que escribiré en octubre y narraré este amanecer salernitano de agosto, y tal vez ignoro que disfrutaré más el camino alegre hacia mis sueños que mis sueños como tal. En fin, ya camino para mi casa con el buen trasnocho dibujado en mi cara amanecida, y ojalá Jaco me esté esperando con un orgásmico caldo de costilla. No soy yo quien habla, es la voz del guayabo que habla por mí.

La Voz del Guayabo

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