Foto tomada por Jacobo Jurado

Éramos dos adolescentes acomodados con sueños de colores que apenas perdían forma y tomaban monocromo. Éramos un par de pubertos necios y ella ya clasificaba de apesadumbrados mis ojos ahogados del peor vino blanco, porque la plata de los pasajes no alcanzaba para media botella de aguardiente Cristal.

Compartíamos algunos deseos estúpidos y vacuos que combinaban inspiraciones materiales y burgueses innecesarias de los nortes diversos. Coincidíamos en un sincero amor por los animales callejeros de pelos carrasposos e infortunados que se volvió vida y rutina riesgosa. Vida y herida.

El tiempo se nos fue de las manos y la atracción pícara y astuta de quinceañeros se volvió en el único veneno que junto a los años desesperados alimenta el alma. Nos deseábamos y nos odiábamos y consumábamos nuestros sentires entre picos de fuego y hielo que al final solo fueron un racimo de tibieza y costumbre que nos dieron luces de lo que es vivir. 

Una tarde en particular, que representó lo que éramos, ocupa la cabeza, fue un momento potente y esa eternidad me indica amable que el destino es la nada. Porque Hebe Uhart decía que la literatura y el amor no sirven para nada. Y allí estaba ella, a las 5 de la tarde, con su piel pálida, soplada por la ventana abierta, cuando yo apenas dejaba de creer en el amor. 

Las paredes de mi habitación estaban llenas de fotos de sus ojos. Yo ponía en el viejo parlante gangoso algunas canciones de rock, sin importarme si le gustaban, ella prefería un tosco rap. Ella leías sus fragmentos favoritos de Érase una vez el amor, pero tuve que matarlo, mientras acariciaba al gato que nos unió alguna vez. De fondo no sonaban los Sex Pistols, porque no me gustan, pero escuché de su boca suficiente del feroz y desafortunado romance de Sid y Nancy. 

No sé si éramos honestos o mentirosos, creo que lo segundo, porque algo en nuestras miradas no era sincero, algo en nuestros labios juntos parecía una advertencia y nuestras pieles tenían atracción negativa y negativa. Los fragmentos que me enseñó, junto a palabras dramáticas y atractivas que dijimos y sentimos nos dieron la potestad de volar entre nuevos corazones y dedicar para siempre el título de aquel libro. Nos hicimos libres para adolecer y preparados con lo que nos hicimos.

Jacobo Jurado


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