La Voz del Guayabo

Prefacio

Solemos desconocer el insondable charco de recuerdos etílicos que se despiertan con el albor del guayabo. Desde luego dos años no serán suficientes para rescatar de las profundidades de una cerveza o una absenta, las historias de unos borrachos de afición que, entre cantinas y bares, en Colombia o el mundo, se dejan el alma en cada línea que parece ser recta, pero está llena de mareos y náuseas, de los desamores de Daniel y la vida bohemia de un señor que se parece a Jacobo. Y de otros tantos más, como yo, que escriben en la ajenidad de un texto intentando salvar el alma, para morir el próximo viernes en el abrazo desmedido de un guaro frío y sin pasante, por favor.

Meollo

En este aniversario cumplimos el sueño que se fecundó en nuestra educación prenatal: vagabundear por las cantinas de Colombia. Con un termo renegrido y una botella de agua, ambas rebosadas de tequila barato y juguito de naranja, espero en el Rincón Clásico a Ryan y a Jaco. El polvo, el acetato, las polillas y la humedad ungen a esta cantina con un aura de paz. La paz y las polillas se marchan. Llegó Ryan con un señor que se parece a Jacobo.

Irremediablemente voy a llegar tarde. La cita en el Rincón era a las 5:00 PM. Pero unos ojos me coquetean y los míos le copian. La impuntualidad se justifica con una mujer de caricias trémulas. Pienso si ya habrá llegado Ryan, si Daniel se está emborrachando solo, si se van a emputar o ya estarán emputados. Llego como a las 7 de la noche y ahí están ellos. La cantina es pequeña y adornada. Hay cuadros y discos. La melodía es gangosa y antigua, pero las letras parecen escritas para ebrios jóvenes. A la mesa le faltan cervezas. Me reciben con un tequila de dudosa procedencia, pero de bondadosa sensación.

Dos cervezas son el puente para sacarnos de aquí en dirección a El Pavo. Ryan está prendido y lo tranquiliza que el centro suene música de Darío Darío. Esta fuente de soda ilumina las caras pálidas, nos sentamos sobre una mesa desnuda de polas y con el noble propósito de vestirla pedimos una ronda. El señor que se parece a Jaco tiene un tatuaje de La Voz del Guayabo en el brazo. Coincidimos en que renunciamos a la posibilidad de ser los mejores, como El Jose, y que desencajamos en la mayoría de estructuras tradicionales y progresistas. Antes de reconocernos como el problema, marchamos para El Lago a comer chorizo barato.

Foto: No nos acordamos

Yo no sé qué le pasa a la música en El Pavo, tiene olor a trago y a miaos, pero le falta alma. Los de la barra, la ponen de mala gana y el público no canta. Ryan recibe una llamada, alguien más vendrá. Llega Juanma con una acompañante que me confunde, tiene menos de 25 años y pertenece a Cambio Radical. El dj se anima. Pone música decembrina, pero no hay chispa. Se me antoja que es un dj triste o que le falta ritmo y anís en las entrañas.

El aliento a chorizo lo cargo hasta La Milonguita y hasta San Gregorio, pero ambos están repletos de gente brillando hebilla o de personas dobladas entre botellas. Nos vamos con mi aliento a la Julia. Ryan está más cariñoso de lo normal y el señor que se parece a Jaco nos insta para que entremos a las nueva disco. El termo renegrido se fue con el tequila y con mis ganas de rumbear. Las diez horas de trabajo diarias me están resquebrajando las alas.

La Julia es un parque extraño. Está atiborrado de gente que huye de algo que desconozco, pero de lo que también huyo, ¿O es una búsqueda? Aquí siempre hay mucho cielo para contemplar y algún conocido para brindar y recibir malos consejos. El de hoy es entrar a una discoteca y aguardiente tras aguardiente se convierte en uno bueno. Los amigos y los gomelos del parche bailan y beben juntos, pero no revueltos. Los muertos envidian. Suena salsa. Pongan música de diciembre hijueputas. La noche es consecuente y pasa lo habitual. Daniel se esfuma y Ryan, que siempre duerme en su casa, mira confundido y desolado.

Pasaron dos años ya de un vaivén de guayabos, de despechos reciclados, de enamoramientos clandestinos, de decepciones laborales y de malestares con la vida. Mañana seguramente seremos solo el recuerdo de algún borracho que marcamos con una conversación furtiva. Si ese es nuestro futuro, todo habrá valido la pena.  Ahora, en este presente de dudas, tenemos a La Voz del Guayabo y a unas gargantas que se alimentan con cualquier bebida que maree.

La noche se acaba. 6 AM. Una más. Mis designios, gustos y disgustos dicen que no es una de las últimas. Las rutinas y las vanidades están de moda y a La Voz del Guayabo estas le pesan. El muerto al hoyo y el vivo al baile, dijo un sabio. Nuestro hoyo es la resaca y nuestro baile es la vida que contamos, piloteándola con más desamores que amores y más recuerdos que aspiraciones. Antes de dormir, un brindis a la nada. Por las caricias y copas llenas. También por las vacías. Por las que han sido y las que vendrán. Porque se conoce la primera, pero no la última.


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