Adulto en las sombras

Después de mucho trajinar, puedo asegurar, con el pecho inflado, que soy adulto: tengo un trabajo infeliz. En dicho camello, tienen como pilar fundamental la obediencia. Yo me desmarco de agachar la cabeza, no por revolucionario, sino por perezoso, creyendo saber, también, que la revolución nace con la pereza hacia el orden establecido.

El mango es el fruto que impulsa a mis pasos, a pesar de este andrajosos camino que elegí transitar. Pero con él no estamos derechos.

Ya lo tenía partido hace cinco años con las cadenas de él al otro lado del mundo. Y ahora, a esta mitad la parten, como diría Joaquín, por la mitad, no con cadenas, sino con las alas de ella en el mar. Ese territorio me tiene cojo el ánimo.

Caminando la selva, entre guatines ocultos, yarumos sudorosos y pantanos viscosos, solo pude diferenciar sombras cubiertas de telas que tapaban oscuridades. Ese espacio verde se tornó gris y a mi cabeza no entraron los murmullos del riachuelo, ni los graznidos de los insectos. Una voz antigua, que luchaba por ser escuchada, me habló:

-¿A quién pretendes engañar?

-Hoy el ánimo no me alcanza para pretender – le respondí.

-¿Qué haces aquí oscureciendo el lugar?

-Trato de untarme de vida. A veces confundo los colores, y paso por loco hablando de rojo cuando la realidad es azul.

-Mucho gusto, soy tu sombra – me dijo.

-Creía que adentro de estos huesos solo había luz, ¿qué tienes por revelarme?

La voz enmudeció. Poco a poco la tierra comenzó a bramar con mis pasos, la lluvia chocó contra las ramas, los pájaros trinaron y el espacio volvió a vestirse de verde. Recordé que por más infeliz que sea el trabajo, lo puedo mandar a la mierda.

Lo que trato de hacer hoy es reafirmarle a mi Yo del próximo año, que son mis letras (por pretensiosas, mediocres o vacías) las que, en medio de tanta turbulencia, van a devolverme el equilibrio de la niñez.

Y el mango siempre ha sabido esperar. El tiempo le dará su recompensa  

-¿Qué quieres saber? – susurró la sombra.

-Hoy el ánimo no me alcanza para pretender – respondí bostezando.

Parece que se molestó. No volvió a decir nada más.

Foto: Daniel Muriel

Daniel Muriel

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