Farolitos en el cielo de otro lado

Dic 5.

8 de la mañana

Hoy me levanté particularmente melancólico. Llegué puntual al centro para politiquear con Alejo y Laura, pero ella se rio de mi puntualidad y dijo, “tómese un café mientras”. Vi la boca de la catedral alumbrada y su garganta oscura. Entré. “Tal vez el silencio de los que rezan me dará tranquilidad”. Pero vi movimientos repetidos, palabras viejas y costumbres impuestas. Alguien bostezó y me pareció una buena excusa para marcharme.

Nunca te lo dije, pero tengo la masoquista costumbre de visitar los lugares que habitamos felices. Antes de entrar al café, Alejo me llama. «Chino, ¿dónde está? Lo recojo en El Victoria». Doblo la esquina de la 22 con séptima, y me borro de tu recuerdo.

Medio día

Se supone que no debía estar solo conmigo mismo sino hasta las 4 de la tarde. No sé qué sucedió, pero estoy caminando por la cancha de mi infancia donde nos besamos bailando «Intento». Gambetéo la nostalgia y estoy de nuevo con Alejo y los CMJ en el carro.

Llegamos a un techo de la ciudad, y un gordo, de axilas mojadas con la vista perdida en el cielo, dice que la solución, para una victoria o una derrota, es la misma: un asado. Nada que reprocharle.

6 de la tarde

La abstención la critican, pero celebran la victoria de cuatro curules. Yo me desmarco de una celebración que no es mía y me voy a jugar al fútbol tenis con Paito, el Negro, y Japo.

Hace un rato por La Florida, Bunbury decía que, con tal de verla feliz, él iba a asumir la realidad de no tenerla nunca más, y yo no sé si decirte lo mismo.

Se acaba el fútbol y con barro hasta las orejas nos bajamos tantas cervezas y un medio de aguardiente, y ahora Lucho y Rafa pronostican que cuando el hombre envejece necesita una buena compañera, y nosotros seguimos muy jóvenes.

Foto: Doña Socorro

7 dic.

7 de la mañana 

Cielo azul, Alto del Nudo despojado de nubes. Rodolfo y Pastor son mis santos y la melancolía se esfuma junto con el recuerdo frío de los últimos tres diciembres en Italia.

Amar el Yo de hace un par de meses es amar las infancias que se conjugaron en la alfombra de un aeropuerto fresco.

Hoy hay muchos motivos para no estar triste: los viejos, las velitas, los buñuelos, la cuadra, el guaro, los amigos, y la libertad. Esta felicidad creciente la fabrica Edward en su lontananza, lontananza tan cerca de ti, que me hace recordar que mis alegrías nunca terminan de ser completas.

Daniel Muriel


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