Dañar porque nos dañaron. La culpa no pesa en la balanza, porque el desprecio y la indiferencia se llevan el mundo para su lado y no se preocupan por un momento de todo aquello que se echan encima.
Recuerdos de besos fortuitos, olores de pieles saladas, traiciones añejadas y decepciones recurrentes nos suben al cielo a volar sin alas, volviéndose así, un vuelo en caída que nos choca.
Herimos, como venganza. Dañamos porque nos dañaron.
La vida. La rutina. El licor. Los tragos de excesos y los amaneceres. Mañanas que corren con el tiempo y transcurren lentas en la cabeza con las palabras dichas, ¿O no? La ausencia y el guayabo de un ron retumbando como la manecilla de un reloj pausado, pero violento.
Te pienso y la pienso y me piensas y nos pensamos y la hiero porque me heriste. La rechazo. Nos herimos. Herimos como baile eterno. Un baile de ir y venir. Una vuelta. Dos vueltas. Me hieres, te hiero y la hiero.
Nos sofocamos.
Bebemos. Nos arrepentimos. ¿De qué nos arrepentimos? De envejecer y no hacer nada, pero amamos, y claro, nos arrepentimos. No hacer nada más que beber y bailar; amar y desamar.
Libertinaje ¿Nos agobia esa palabra? No. Nos encanta. A ti, que eres mundo; a mí, que soy la nada; y a nuestro baile eterno, que es una caricia. Qué te abruma. Qué me agobia. Solamente es el clásico odio de una mañana fría.
Los días y las resacas no saben qué es la velocidad. Nos arrepentimos de nuevo y volvemos a dañar porque nos dañaron.
Jacobo Jurado
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