Hace un par de días que no habito los lugares que mi cuerpo ocupa. Como si un extraño escozor dividiera a mis huesos de mis pensamientos.
¿Quién tiene la receta para vivir en paz luego de una guerra? A veces, casi siempre, no soy de aquí, ni soy de allá. Hoy comprendo el dilema que conservaba el cantante en su interior.
En un mundo donde nos enseñaron a pertenecer, a hacer parte, a sentir identificación por trivialidades que a los grupos emocionan:
A partir de hoy tendrás estos nombres y apellidos, creerás en este dios que te dirá qué está bien y qué está mal, quién es bueno y quién es malo. Tu territorio estará delineado sobre algo que llaman mapa, y más allá de esos confines (porque son confines) no pertenecerás, no harás parte, y depende del momento histórico, a veces, tendrás que odiar a los que habitan esos extremos. Serás enseñado a aguantar, a obedecer, y a vivir como si después de esta vida existiera otra.
Por ese lado, todo está bien. El no sentirse parte ni de este ni de ese otro lugar es sano. Porque, ¿qué tengo que ver yo con un costeño, un caleño o un pastuso? Puedo tener más en común con el turco que trabaja en el bar que con mi vecino de casa en Pereira. No es cuestión de lugar sino de esencia.
Por otro lado, pienso que, Facundo escribió esta letra con una preocupación, ¿a dónde voy si me identifico en ningún lugar? “Porque si el mundo es redondo, no sé qué es ir adelante”. El dilema del que viaja y se siente extranjero afuera y adentro de casa.
Hoy pertenezco a los sentimientos puros de los que me aman y amo, así viva metido entre trochas, cordilleras y playas, o entre edificios, nomenclaturas y trancones.
La felicidad eterna no existe, pero sí existen las motivaciones para perseguirla. Y así andar solo por andar, sabiendo que el mundo va más allá de la panadería de la esquina o más acá de donde vuelan los aviones.
“Nadie puede dar consejos, no hay hombre que sea tan viejo”.
Daniel Muriel
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