500 noches

Foto tomada por Jacobo Jurado

Tengo colgados en el callejón de mi cuarto una antología de besos de mujeres bañadas en escarcha y miel. Esas ausencias en la esquina de mi espalda provocan un signo de interrogación ¿Cuántos edenes viviré con ellas en las siguientes 500 noches? Son el averno, pero el averno también posee un cielo, donde los perros vuelan rabiosos y la cocaína entume sus alas para verlos ahogar en un mar de fuegos. La verdad es que estoy derrochando madrugadas con una sola compañía femenina, quisiera bañarla en vino y sumergirnos así en la génesis de un idilio que sea conocido como el más corto del mundo, pero más eterno de todos. Es una copa sobre un movimiento de maracas que no cae, nunca. Ni ante el monótono despertador ni ante mis desordenes de ropas revueltas y pensamientos descabellados. Hoy, su profusa mirada, encarna el verde jade y entre algodones salta para esquivar las romerías en mis montañas. Está perdida, como yo, como todos, que jugamos a inventar futuros ferales o llenos de cerveza, y cada tanto nuestros pensamientos se extravían en una simbiosis sin importancia para nuestras relevancias, lejos de los reproches de cocinas bélicas. Cada que sus labios se despiden de los míos, vivo una síncope que me dura hasta que la vuelvo a ver.

Daniel Muriel

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