Ser pesimista

Ser pesimista es el trabajo más fácil del mundo. “Esperar lo peor para no llevarse sorpresas”, dicen los cobardes. Algún osado los tratará de realistas. Quizá por esto los realistas y los cobardes le temen al amor. Para amar debe ser proporcional el grado de valentía y el de estupidez.

Al final, el estúpido, el amante, el cobarde, el realista, el pesimista, terminan igual. Ninguno conquista la vida eterna, ninguno conserva en su boca la definición de felicidad. Con la premisa de que mi andrajoso caminar no intervendrá para nada en el curso del mundo, y que hubiera sido lo mismo para esta realidad haber o no existido, prefiero ser un estúpido, porque si he nacido para amarte, para qué voy a vivir amarrado.

Foto: Juan Sebastián González

Nunca había pasado tantas mañanas siendo tan estúpido. Yo que soy de cielos azules, aguardientes y vallenatos, ahora veo también la hermosa fatiga que conservan las nubes grises, el bienestar del té de frutos rojos y la caricia al alma que representan los bambucos.

Tan estúpido soy que empiezo a confundirte con el vino, con su sabor, con sus guayabos, con sus colores, con su embriaguez, con su adicción consentida.

Tan estúpido soy que a este mundo gris lo veo azul, y tan tonto puedo parecer, que tengo desde mis entrañas doradas la valentía de una mariposa triste que quiere seguir volando al borde del abismo de nuestras almas.

Consuelo me parió para querer ser feliz. Parece que, antes de yo ser, ella ya supiera de tu existencia.

Daniel Muriel


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