Entiendo más a tus ojos que a tu voz. Con tus palabras unes significantes que distorsionan los significados que suelen ser disparados por otras letras.
Si tan solo tu mirada tuviera boca. Hablas de paltas y dices que una de tus amigas se cree el pupo del mundo, y yo no te entiendo, pero comprendo que tus ojos mantienen una conversación distinta, tal vez más profunda con los míos, y estos, que siempre han sabido engañarme, ignoran mi solicitud de conocer los detalles de esa tertulia sumergida en el parnaso de tu alma.
El brillo de tus pupilas se asfixia con el cúmulo de palabras que utilizas para ahogarlo. Me prometes porotos mientras me tildas de chamuyero por divertir a tus intimidades ¿Hablas español? No sé, pero tu parpadeo penetra el caparazón de mis prejuicios y logra sentarse en el andén con el que tropiezo cuando aparece una mujer que está rompiendo mis monotonías.
Esos ojos vivarachos dan más testimonio de dios que la iglesia que nunca frecuentas. Te digo que estoy feliz y me respondes “de diez”, pero no entiendo qué tienen que ver los números con la felicidad, y me apapachas en tus sábanas pidiendo que hagamos fiaca, y yo, que soy de voluntades frágiles, acepto sin preocuparme por las consecuencias de esa cosa extraña que pides que hagamos.
Trato de mirarte como me miras, pero no me sale ser tan puro. Puedo confesar que la novedad con que nacen las imágenes (que esbozas) en mi cerebro, me enganchan a escucharte así no comprenda nada.
Y así como me siento yo, puedes sentirte tú, si te digo que anoche soñé contigo y caminábamos por una carretera destapada, hecha de chontaduros, que conducía a Condoto y me agarrabas de la mano y preguntabas el porqué de los charcos de borojó mientras tropezaba con una montaña de mamoncillos y gritaba gonorrea. Entonces te explicaba que gonorrea no solo es una enfermedad de transmisión sexual, sino que es un comodín del lenguaje, es una enfermedad de transmisión verbal que aparece en cada conversación desprotegida y despreocupada de los cánones del buen uso del lenguaje que los intelectuales tanto promulgan defender.
Solo puedo decirte que en ese analfabetismo naciente, tus ojos son el puente para entender que todo lo sagrado es callado y que todo silencio en tu cuarto es un carnaval para tu mirada.
Daniel Muriel
Edición: Andrea Cadavid
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