Se hace de madrugada. Me gustaría ser niño otra vez y no poder dormir por culpa del fantasma que hay debajo de mi cama, pero soy adulto y es la reminiscencia de tu voz carrasposa, la que me priva de soñar.
5:00 a.m.
Suena la alarma. Ahora que el agua fría de la ducha escurre mi modorra pienso menos en ti. Solo una ínfima figura en un rincón de mi memoria sabe que no te olvido. Se despiertan conmigo mis compadres y sabemos que es día de ser felices. No hay espacio para el aburrimiento.
7:00 a.m.
Esperamos un tren con una manada de colombianos, algunas turcas, un cubano y un par de argentinos. Entre abrazos y miradas, tu boca se esfuma, y la parsimonia del tren y las paredes rosadas de la estación no me evocan más tus pómulos colorados después de enseñarte a bailar música de diciembre al mejor estilo de los viejitos paisas.
En el tren desayunamos sambuca, que huele a aguardiente pero es aguadulce con diez grados más de alcohol. Me estoy olvidando de ti porque estoy sonriendo y tú no eres la causante de mis dientes al aire. Diomedes Díaz esboza que “amarte más no pude”, y yo no puedo decir lo mismo, pero estoy feliz y esa letra en medio del tren con ventanales amplios no me está afligiendo.
8:00 a.m.
Estamos en Salerno. Paseamos con una nevera repleta de alcohol. Sé que parece banal que todas mis historias hablen de licor, pero mami, recuerda que la superficie es solo la máscara con que escondemos nuestros anhelos y temores.
Hay más de veinticinco grados en el lungo mare ¿Te acuerdas que por aquí caminamos la primera vez que te atreviste a darme la mano en público? Y recuerdo que lleno de pavura escondí mis dedos dentro de la chaqueta. Hacía diez grados menos. ¿Fue ese incremento de temperatura el que influyó para que dividiéramos caminos? No lo sé, ya no me lo pregunto porque soy feliz y mis amigos me olvidan de ti.
9:00 a.m.
Estoy sobre la superficie de un barco que tiene dos pisos. Arriba, las sillas están acomodadas como esos buses que pasean turistas en las ciudades grandes. La diferencia es que el bamboleo del mar nos hace sentir borrachos. Eso y que parece más una chiva rumbera que un ferry tranquilo, porque adelante estamos los latinos que sonamos cumbias y reguetón y olemos a whisky, sambuca, fernet y vodka.
El mar tiene hoy su lomo manso, azulado y a mi lado comparto miradas cómplices con unos ojos que bailan sobre mí. Qué puedo decirte mami, en este momento no estás más aquí.
11:00 a.m.
Tendrás que disculparme, tal vez erré con la cronología de las cosas. Lo único seguro es que, por el momento, no soy capaz de pensarte.
Estamos en la Isla de Capri, vecina de Ischia, donde tuviste un amor furtivo que te tatuó el alma. Si a él, que no sé cómo es su rostro, me lo encontrara, lo encendería a taponazos en frente del sol para que una parte de ti pudiera cremar, de una vez por todas, ese ingrato querer. Pero eso no va a pasar, porque como te dije, ya no estoy pensando en ti.
La panza del cielo la rosan las casas blancas enarboladas en la montaña de la isla. Camino por calles empedradas y divido el trayecto con ella apretándola un poco de su cintura coqueta. Volamos en funicular, no con ella, con mis amigos, y la inmensidad del mar me recuerda los ojos de mamá, que seguramente está durmiendo esperando que alguno de sus dos hijos la despierte. Lo triste es que hoy no recibirá más que pensamientos del uno y del otro.
12:00 p.m.
“Cerco l’estate tutto l’anno e all’improvviso eccola qua”. Aquí arriba Capri tiene perfume de verano. Las gaviotas son amigables con los turistas y los callejones asfixian los ojos pero su sombra es una cuota de descanso para la calurosa jornada. Mientras bajo en el funicular no pienso en ti, pienso en ella y en las ansias de robarle los labios en este edén de aguas cristalinas.
1:00 p.m.
La diafanidad del agua me recuerda a Capurganá ¿Recordará papá ese viaje tanto como yo? No lo sé, pero estoy sonriendo porque cuando se entere de mi estadía en Capri va a querer conocer los detalles que hoy te cuento a ti, mami.
Hay arena y rocas y detrás de mis lentes oscuros espero que ella aparezca con esa sonrisa que me recuerda a una canción que canto siempre bajo la ducha. Pero no aparece, y eso me entristece porque esta agua puede darle sal a la dulzura con que nos besamos y hacerle honor a la aventura agridulce que ella y yo nos empeñamos en vivir. No debes estar celosa mami, ¿no ves que ahora soy feliz sin que tú seas la razón?
El agua fría me baja la borrachera, también el sudado tibio y la quinua y el pollo que me dieron de comer. Dejo de beber por un par de minutos para no recibirla a ella con mis sentidos tan alterados. Edward también se alegrará cuando le escriba de Capri y su humor inspirador. Aunque no me preguntes por él, mami, puedo decirte que está muy bien y que todavía pregunta por ti.
2:00 p.m.
Creo que llegó ella. Me da un beso en la mejilla deseando la boca y corre a sumergirse en el mar. Yo disimulo mi alegría de tenerla cerca, bebo vino, hablo con Esra de mi corazón lacerado y ella me responde, “my baby, my broken heart”. Y le respondo “don’t worry” mientras le pico el ojo y corro hacia donde está la que estuve esperando todo el día. A lo lejos la escucho reírse diciendo “piece of shit”.
En el agua hay una piedra de unos siete metros sumergida donde podemos estar de pie, la piedra es resbalosa, filuda, creo que me estoy cortando pero eso no importa, “más duro me ha dado la vida” dice un adagio colombiano. Y delante de esa roca la profundidad límpida. Aquí quiero tocar fondo, así mis oídos piten como una olla a presión. Y en la soledad de esas profundidades la beso a ella, con la complicidad de Capri que nos mira arrebolada por la ilegalidad de nuestro acto.
4:00 p.m.
Ahora me dio por pensarte. Bueno, por pensarnos, por odiarme y por amarnos, y supe que el mar, en toda esta jornada de vuelos, navegaciones y caminatas, no me recordó a ti. Y pensándonos canto Tiempo al tiempo, la que cantábamos siempre, y comprendo que, como dijo Julio Cortázar, “…no serás ni recuerdo. Y cuando piense en ti, pensaré un pensamiento que oscuramente trata de acordarse de ti”.
Y con esos antecedentes de anhelos del pasado, me aferro a mi presente, le robo un beso a ella y camino bailando hasta enfilarnos en el barco de regreso.
Sé, mami, que conoces mucho de mí, cosas que nadie se imagina. Pero no quiero que te enojes conmigo, porque acabo de decirle a ella adentro del barco que si dormimos bajo el mismo techo voy a contarle algunas de mis más íntimas aflicciones para calmarle su curiosidad de gata. Ese es el problema que tengo con el alcohol, que me hace una persona muy transparente o muy embustera.
6:00 p.m.
Tierra firme. Un sol que emana los colores del chontaduro no me deja pensar con claridad. Amo la alegría de satisfacción en el ocaso del viaje. Tengo que dejarte, no sé si dormiré de nuevo en la calle arropado con una toalla, si reposaré en mi casa o en la cama de ella. Todas son muy probables. Tú estás lejos, y en realidad pienso en ti, no creas que no, pero no quiero volver a verte, porque como dice mi vallenato favorito “si nuestro amor se quedó en el intento seguir insistiendo ya sería pecado”.
Camino entonces a prepararme otra tusa con las caderas de ella, que presuntuosa sabe que hoy seguiré sus pasos, vaya a donde vaya.
Daniel Muriel
Edición: Andrea Cadavid
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