Sonrío sin fingir a pesar de mis precauciones. Es real producto de una piel con mar. Canto y grito con la alevosía de un ebrio que recién abre su cerveza helada como el corazón de tu ex. Miro para arriba y la silueta a contra luz de la palmera que me ve todos los días, mientras hago nada, se ondea lenta, a ella y a mí se nos pasan la vida y las noches.
Engaño a mi consensuada y anuente soledad. Ha rodado en los años conmigo y esta vez su presencia es intermitente. El sol la está pateando y el Mar Tirreno, que en la noche se aclara, me coquetea con una mirada, que conocí en un pueblo del sur y hoy se vuelve uno de mis vicios de la mañana y la noche, como el café y el tequila. Una mirada.
Se ausenta el soplo tranquilo de un ventarrón apaciguado de una triste montaña, pero en la piel, bañada en sal, se amaña un sofoco cándido. Es el verano, es la luna caliente de agosto, es la compañía de las historias que me cuenta con su voz pausada y su carcajada que agrada a mi oído cuando las relata.
Tiene un parecido con el agua. Son claras y en su frescura me dejo llevar con los ojos cerrados. La espalda y un par de dedos juegan, van y vienen y el mundo se detiene con gritos acompasados para decir que todo está bien en el pueblo del sur.
En la oscuridad la compañía de su imagen es abstracta, pero conserva la vida de un campo que veo amarillo y me someto a mis silencios. Callo por placer, porque prefiero perderme en sus palabras que decir las mías.
Jacobo Jurado
Deja una respuesta