En el país de los ciegos, en el aula de los mudos y en las paredes sangrientas de un callejón blanco, me escabullo de la ley. La ley moral, la ley del bienestar, la ley del buen actuar. Quiero algo que en pasado sea prohibido y que el esfuerzo se encargue de materializarlo legal. Como el licor en el siglo XX, que la escritura sea la bebida y la disciplina el alcohol.
Para ser feliz solo me hace falta despertarme y salir del cuarto, mas para ser triste, lo único que debo hacer es despertarme y salir del cuarto. Fausto tiene dos almas en el pecho, yo tengo mil y cada día escribe una diferente, a veces asombrosa, muchas otras pésima.
Quiero que se levante el atrevido, rey de los ateos, me diga que el paraíso no está escondido en las grietas de las carcajadas de mamá. Él entraría en una encrucijada, tendría dos caminos: el segundo sería morderse la lengua y darme la razón, y el primero sería contradecirse y volverse un fantasma. ¡Na! No es para tanto, ni soy capaz de matar las ganas que me tienen algunas desconocidas.
¿A dónde ir? ¿Existe un camino? A lo mejor esto es un laberinto sin salida, donde la felicidad sea buscar nuevas perdiciones. Sí, mejor perderse, como en una casa de espejos, donde la salida es lo más aburrido.
“No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Preciso como jodido. También creo que la memoria es solo un aparto de la nostalgia. Qué necesidad tiene la memoria de rememorar la historia con la muchacha que me hizo tanto daño cuando camino los anaqueles terracota del centro, cuando todavía éramos felices, aún inocentes del futuro. No es algo que añore recordar. Y en mi interior no sé si eso me descose o me remienda.
Pero gracias a este mamarracho que llaman vida, todo evoluciona, y la consigna, como almas perdidas es mutar, es ser la metamorfosis constante de la que hablaba el Sócrates que pensaba con los pies.
Yo creo que los pesimistas esconden felicidad en su deteriorada esperanza, al final ellos viven con miedo, nunca apuestan a nada porque saben que siempre van a tener razón, al final todos los días en los periódicos su creencia se valida.
De la otra calle estamos nosotros, los que sabemos que todo siempre va a estar jodido, pero el deseo de que algo cambie mantiene viva la mecha, que los mismos periódicos merman día por día. Todos estamos en la mierda.
No sé qué hago yo aquí hablando de la vida, soy el menos apropiado, no me visten las arrugas y no me decora el blanco o el brillo la cabeza.
Qué se le puede hacer, visto que hay tantos que quieren tener la razón, mejor hacer lo contrario y escribir equivocaciones, así, como los pesimistas, la tranquilidad y la felicidad fácil siempre las voy a tener metidas en el bolsillo. Dejemos que suene el guaguancó ¡Eha Fania!
Daniel Muriel
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