El comienzo es en Pereira. Para mi vida todo tiene inicio y final en esta ciudad fundada entre mitos y ruinas.
Los territorios se conocen a través de los relatos de las personas, y la voz de Manizales visitó estos cafetales en la clausura de un año huracanado.
El clima frío me entristece, pero el aire fresco de esa ciudad de lomas, enfría mi cerveza. Con eso me basta.
Bailo en Pereira entre una multitud de gentes que son conocedoras de un secreto ancestral, «la mejor manera de despedir cualquier año es bailando».
Manizales se sabe incómoda ante el arrabal pereirano.
Manizales, impulsada por un cohete enredado en las costillas, reclama silencio, soledad, la prudencia de su gente. En Pereira la realidad es otra, pero como ciudad sin puertas que es, cualquier capricho puede ser cumplido.
Manizales tiene tatuada en sus esquinas la lascivia y la mesura ¿Será el frío el culpable de esa ambivalencia?
Trastabillo por sus faldas.
2022. Salgo a buscar esa tierra de ferias pero no la encuentro.
Entre bombillos de verano, reflexiono. Las ciudades que se recorren en un par de días, cargan una intensidad desmesurada: la alegría de la llegada, la nostalgia del final.
Daniel Muriel
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