–¿Se queda con una o con la otra? – resonó el diablo.
–¿Diga pues, hermano? – Dijo, con su imponente figura, chocando con los cables del alumbrado público.
-Antes de responderle, negrito, tengo una pregunta, no necesariamente importante, pero sí indispensable para poder tomar una decisión.
Silencio sobre un Riosucio envuelto en rumba. Banda sonora de los ojos tristes, con bocas sonrientes, que en las plazas salen a olvidar el arriendo del mes que entra o de la enfermedad que nunca más se fue.
–Las preguntas indispensables son motivadas por almas disciplinadas. Cosa que no veo en su perfil.
Silencio sobre mi cuerpo envuelto en fiesta. Con mis dientes choca una bota de licor que ha sabido llevar durante el día: guarapo, Amarillo, whisky y otra sarta de cosas. Sin miedo del ruido que pueda generar mi mirada, en medio de esa multitud excitada, le respondo:
-Soy un hombre de ideas vagas y vicios disciplinados.
–Un alma mutilada por lo que veo – vio el diablo – Cuál sería entonces su pregunta.
Una cuadrilla canta: soy bohemio que sufre intensamente, la amargura es mi hondo desconsuelo, y yo asiento con la garganta. Hago como que tomo impulso para delatar un antiguo secreto, y le susurro:
-¿Por qué el retiro de la fiesta duele tanto como un despecho?
En tono burlón, mientras era manoseado por un par de prostitutas, sentenció:
–La respuesta es el motivo por el cuál estás dejando la fiesta – eyaculó sobre la señorita que apodan Calle, y añadió – además, ese motivo aún no ha nacido ¡Sigue en tu eterna parranda! Hazme caso a mí, que soy amo y señor de todo lo que está flojo.
Yo, que de no ser por Nencatacoa sería un fiel creyente del ateísmo, no le creí nada. Me abro paso entre la multitud guiado por una mano que le dio la gana de nacer en Riosucio, y casi creyendo que Satanás se había despedido, atacó con su voz aguardientosa:
–¿Pero qué mierda tiene eso que ver con la pregunta que hice al inicio?
-Nada – dije manoseado por la risa – Solo me gusta mamar gallo.
Reído aterrizó sobre La Candelaria, estripó un par de intelectuales, me sirvió una copa de Amarillo, y mirando hacia El Jordán me dijo:
–Las personas siempre mueren en el intento de dejar la parranda. Yo – dijo él – un día traté de hacerlo. Puedo confirmar que este es un mundo puerco y sin sentido, pero al lado del Carnaval me parece menos enfermo.
Brindamos.
–Entonces – dijo levantando el culo de la tierra – ¿te quedas con una o con la otra?
Sintiendo cómo la ebriedad se apodera de mi motricidad, le respondo:
-Hermano, me quedo con esta. Pues lo bonito de la capa verde es que me hace juego con los ojos cuando lloro de la dicha.
Silencio. Solo música de diciembre.
Daniel Muriel
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