Hubo un tiempo en el que solo soñaba con jugar al fútbol todo el día. Lo amé, casi siempre, cuando como un niño jugaba sin saber que jugaba. Un día, siendo más el adulto de ahora, jugué enguayabado un partido y me rompí los ligamentos de la rodilla derecha.
En la recuperación de la cirugía mis mejores amigos fueron a visitarme, incluso, alguno, con problemas de súper héroes y heroínas, salió de su cárcel para ir a encontrarme. Esperé todas esas tardes en la cama que Jaco fuera, pero el momento nunca llegó.
La de Jaco es una amistad extraña. Desde el inicio coincidimos en futuros llenos de justicia social y borracheras. Y casi siempre, en banalidades, discrepamos.
Un día salimos a rumbear. Yo todavía en muletas no podía bailar pero sí tomar. Muy prendido le dije a Jaco que yo tenía a mi cacerola, a mis cuatro mejores amigos, pero que él se había convertido en el quinto, a pesar de lo poco que habíamos compartido.
E impulsado por la sinceridad que brinda el trago le dije: pero a mí me dolió mucho que usted no haya ido a visitarme.
Puso cara de niño con hambre y tropezando palabras me dijo que lo disculpara.
Le dediqué ‘La cama vacía’ de Óscar Agudelo: ya nadie suele quererme, todos se muestran impíos.
Después de ahí pasaron cosas, como dicen nuestros amigos argentinos: lloramos con doce madres, vivimos a Gaitán, salvó mi vida de un río de vómito, volamos con gaviotas, nos abandonamos en ferias. Dormimos en camas dobles, en colchones individuales, en hoteles baratos, en la calle, en parques, en avionetas y aviones, sobre toallas, sobre césped y sobre orgías griegas.
Fuimos muiscas, tejo, chicha, guarapo y vómito. Conocimos el cartel de Cali, tal vez la Camorra y boom casi me mata. Mujeres pálidas y rosadas nos hicieron sonreír, otras de carne y hueso rompieron cámaras y corazones.
Las prohibiciones nos permitieron ser felices, caminamos embarrados y perdidos Múnich, tomamos vidrio molido en Nápoles, viajamos indocumentados a Francia y en Salerno nos hicimos familia de las pizzas atravesadas por las palmeras.
Nos auto-declaramos los voceros del guayabo. Esa es la cuota inicial de nuestro destino.
Nadie nos quita lo bailado, y sé que todavía quedan muchas canciones por bailar.
Jaco no me visitó en mi recuperación. Lo que él no sabe es que desde ese día de la rumba con muletas lo perdoné.
Daniel Muriel
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