¿El otoño es gris o rojo? Volvió y no trajo azul ni amarillo. Volvió con su lluvia y sus gotas, como un whisky, derriten una consciencia que ya es hielo.
El dedo meñique del pie metido en un zapato bañado tiembla. El centro de las orejas le quitan equilibrio a la balanza de la cabeza. En un extremo yo, en el otro su aroma pomodoro pastel.
¿A quién se espera en la ventana cuando llueve? ¿Es espera o resignación? El olor a lluvia es de amores y odios. Si por mi fuera lo desaparecería, no porque te guste, sino porque me moja las entrañas.
Se derrite el hielo de la consciencia con el grito de los carros y con las ruidosas construcciones llenas de viejos atestados de humo Marlboro y Camel. Se derrite. La calle me camina, pero me trastoca los pasos un matusalén aburrido que quiere pasar la avenida con un bastón embolado.
No te caigas, anciano, que hay charcos. Ya vas a llegar al bar donde mezclas café y cerveza. Suerte.
Un día más, una noche menos.
Se derrite el hielo de la consciencia con una mirada fija pero confundida. Las montañas se las llevan balcones vacíos de piel y llenos de ropa vieja y plantas abatidas. Se llega a un acuerdo para una caminata más, por si acaso es la última.
La noche y un andén. Sobra aliento y faltan las palabras que se usan al menos para mentir, porque a veces las mentiras son piadosas y los silencios son sinceros. Igual que hace 9, 7, 5 o 3 años. Eras más joven y pensabas que el futuro sería diferente. Una noche más, un día menos. Las canciones de fines de semana son para otros bailarines.
Jacobo Jurado
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