Voy a seguir existiendo sin ti, no lloraré lágrimas de desespero cuando en la oscuridad de mis noches no encuentre tus hombros mulatos. Serás parte de un pasado de enseñanzas, no serás ni antes ni después, te imaginaré como la suma de un todo sin más aflicciones.
Mis actuares prohibidos no serán provocados por tu cuerpo y nuestros pies olvidarán el sustico con que se rozaban cuando muchos ojos estaban sobre nosotros en un comedor.
Tú vivirás tus días sin el recuerdo de mis utopías y sin la memoria de mis borracheras prolongadas. Cuando haga luna y tus sábanas con aroma a lavanda solo sostengan tu cuerpo no extrañarás el desorden de mis cabellos, te será ajena la mirada del tigre y soñarás sin el temor de atravesarme en tus sueños.
Pero cuando en tu mesa aparezca un dulce limoncito con ron, o cuando me hablen de princesas africanas, o cuando sienta el olor al pasto recién cortado o cuando los besos con agüita de mar me recuerden mis primeros besos marinos o cuando sientas como verdaderamente quema el frío, un florecer de nosotros juntos en una pandemia italiana invadirá nuestra mente como una idea enferma que desestabilizará ese futuro presente y no tendremos más remedio que sonreír sin decir nada, en segundos fugaces, sin explicarle al viento el porqué de esa dicha momentánea.
Por más que te hagas las tetas, por más que me deje el bigote, por más que confunda el aroma de tus pecas, por más que nos olvidemos el uno del otro, seremos presos de la germinación de esos recuerdos esporádicos que nos obligarán a hacernos eternos.
Ahora, que no entiendo nada, que soy mi todo, que aspiro a vivir con un corazón incendiado, quiero ayudar a perpetuar esos recuerdos primaverales en el futuro. Así que el número de madrugadas inciertas que nos quedan no estoy dispuesto a dormirlas sino a seguirlas soñando contigo.
Daniel Muriel
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