El primer día de otoño cubre el aire con colores grises. El largo malecón está habitado solo por un pescador de media noche que pone en el aire un olor a soledad que se expande por el cuerpo y pica en los huesos lentos.
Qué hace pescando a esta hora con su espalda que habla. La curva de su columna dice que después de la tormenta viene la calma, pero la angustia de sus ojos dice que después de la calma viene la tormenta de nuevo.
Dejo de mirar al triste pescador porque me recuerda la melancolía y de lo único que podría hablar con él es de ahogos, con los ojos puestos en el mar y sin mirarnos las caras. Lleva horas y no ha pescado nada. Él, como los que caminan mirando al cielo, vive de mentiras que se fabrica solo. Sigo dando pasos que no llevan a ningún lado.
Engañar.
Ignorar.
Son hábitos. Solo cambia la posición.
Miento,
Mientes,
Miente,
Mentimos,
Mienten.
Se existe para caer en el error y aprender a vivir con piedras en el zapato. ¿Se aprende? Se aprende que el otoño y sus días monocromáticos saben un poco a mierda.
Pasar de la frialdad a los sentimientos. Darse cuenta que el corazón existe, pero es un pedazo de cosa arrugada, es vacío, pero como que siente esperanza, porque sigue esperando situaciones que el cerebro no. En el principio y en el fin el pecho y la cabeza no se entienden. No sé si el tiempo corre o retrocede, pero sí sé que me está atacando y eso es la vida, convivir con el reloj.
Jacobo Jurado
Deja una respuesta