En una conversación de medianoche me sugeriste, con labios de sonrisa fría, que tu par de ojos claros no hacen la diferencia.
Pero qué sugerencia hay, si en silencio dicen cándidos sus pesadumbres y victorias y soy testigo. Qué sugerencia hay, que sin ellos o con otros serías la misma y que vago en la superficialidad, que los colores no interesan, que su voz luminosa no importa, que la mirada no invita o que no me debo caer en ellos.
Detenlos. Descendería sus hilos y sus filos. Pero no te adviertas, soy reacio al apego. Creo que dejé de creer, mas en ellos pienso y me hablan entre girasoles fúlgidos, culminando modorras y sopores de madrugada, pintando realidades ventosas en una acuarela de cielo soleado, con seres medio vivos y medio muertos que toman whisky tibio que se termina de calentar en cuerpos que no dicen palabra, pero olvidan lo que no está aquí. Qué sugerencia hay, si tu expresión es indescifrable y ellos sí hablan.
Hagamos un juego de miradas donde no hay egos y los dos somos vencedores. Acalórate porque tienes la frescura de un mar con brillo y rumor de agua dulce en ellos. Son un laberinto de esquinas redondas sugerentes a caminar y caminar, lento, te lo digo, porque en el camino están las prometidas flores amables de supermercado que adornan tu balcón ocre.
La retina pícara abraza con besos a tu oído y quita de en medio, con complicidad, la amarga costumbre, cantando un folklore en el pueblo gris que hospeda ovejas sabatinas. De su sinceridad no conozco y me confunden, porque están pintados en contrastes, como la línea divisoria, eterna y ondulada donde hacen idilio salsero la montaña de menta y el cielo de hortensias. De deseos me oculto, pero en la oscuridad tus ojos brillan y me tientan como el sol al mar cuando pinta sus olas.
Jacobo Jurado
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