La Chalupa Pero

Hay una chalupa corta de cuatro sonidos que viaja vaga entre olas que, confundidas, vienen y van con un rumbo más alterado que preciso dejando ondas bastardas de intenciones pícaras y alientos ácidos de confusión.

Qué le pasa a esta palabra meretriz de cuatro letras. Qué hay detrás de la puerta de sus dos pasillos de intenciones. Es redención y sanción en sí misma y en su portador, el conductor de la chalupa. ¿Qué va a la derecha de él? Un salvoconducto, uno desgraciado.

Evasión.

Justificación.

Una vez existió un tipo, o no, de apellido Morales. Vivió en papeles y pantallas.

Morales era un amante sin suerte ni esperanza.

Lo dijo Morales, el ojón Ricardo Morales, enamorado ficticio de rutinas y problemas casi reales. Hay palabras desgraciadas y para él la más descarada se llamaba pero. En esa chalupa de promesas frágiles no se subía, por si las dudas.

“El pero es la palabra más puta que conozco. ‘Te quiero, pero… ‘, ‘podría ser, pero… ‘, ‘no es grave, pero’ ¿Se da cuenta? Una palabra de mierda que sirve para dinamitar lo que era, o lo que podría haber sido, pero no es”.

Lo que pudo haber sido en el mar y no fue ola ni corriente es el andar de la chalupa, que además no tiene identidad. No sabe qué es. No sabe a quién lleva. No sabe a dónde va.

Jacobo Jurado

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