El tiempo es una idea que yo no comparto con los demás. Para ellos es un trofeo y una carrera, se gana o se pierde. Para mí es el camino, subidas agrestes y caídas, a veces como hoja y otras como piedra. Pienso que le cojo el timón y después me choco, porque es así, embustero.
Por otro lado el tiempo de las noches es muy relativo, puede ser un encanto o un malparido. Un suspiro o un duende lidioso con el que no logro lidiar porque se golpea con mis ojos pesados y los deja abiertos, buscando algo que no sé. No lo encuentra. El tiempo cada noche vuelve y lo busca. Sin afán. Lento, pero persistente.
Y mientras las horas buscan algo en mis ojos yo voy siguiendo el camino de una mirada, alentado por la luna roja de la que habla. Sus historias me saben a un arpegio y me llevan a un mar, sentados a la par en un instante de nuestros tiempos. Un pájaro quiere volar al sol y el cielo le queda pequeño, ella lo mira y yo la miro a ella, aunque se moleste, pero lo sigo haciendo para que su recuerdo me dure más.
Memorizo su piel en un beso porque las idas son inminentes, los ojos dejarán de mirar, pero yo seguiré viendo en canciones el recuerdo de sus flores.
El pájaro va sin venir y me recuerda el frío de las despedidas. Algún día este mar picado me dirá hasta luego y yo le voy a mentir a él y a mí. Me va a ir bien o tal vez no y yo lo seguiré echando de menos, a su rumor y a su quietud cuando la noche se asoma y él se acerca a nuestros pies. Cuando nos quedamos en silencio y no nos incomoda, porque este pequeño momento se agranda y nos tenemos, sentados a la par en un instante de nuestros tiempos.
Jacobo Jurado
Deja una respuesta