El síndrome de la hoja en blanco es una patada al compromiso, o al comprometido. No sé. En todo caso miro para lado y lado buscando ideas y respuestas, intercalando cada tanto el paneo de los ojos con un tilt up y una panorámica oblicua.
El tiempo sobrante le podría servir a cualquiera para muchas cosas que a mí me resultan grises y amargas. Pero entonces para qué me sirve. El tiempo es un poco hijo de puta. A veces es un salvoconducto y otras es una roca gigante posada en la nuca.
Desidia. Esa es la respuesta, para los curiosos de mis dudas.
Pesadito, pesadito. El tiempo se posa y se mueve entre la espalda y la cabeza causando reacciones de toda índole. Para unos apremia. Victoria y juventud. Juventud en la victoria. Victoria en la juventud.
A mí la juventud y sus victorias me saben a mierda. Los títulos me saben a mierda. Los cartones, las pergaminas, los diplomas, las congratulaciones, las palmaditas en la espalda, los: “¿Y qué haces ahora?” me saben a mierda.
A veces tengo al frente a tipas y tipos que me preguntan con ojos tristes cuándo voy a cometer alguno de los actos que ellos llaman triunfos y son realizados a modo de escala. Se me antoja que sus vidas son obras con un guion que no incluye la felicidad. Acto 1, escala 1. Acto 2, escala 1. Y así sucesivamente, con escenas de por medio. “Crecer”, dicen. Yo miro sus caras de perro mojado y me lleno de dudas sobre el tiempo y la vida. Qué nos ofrecen realmente.
Desidia, a mí.
De ser como ellos, de vivir como ellos. De empezar un camino condimentado de ilusión. Un hijo, una casa, un perro y después un inventario de desengaños.
Aniquilados.
Desidia me da a mí.
Jacobo Jurado
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