El día es soleado, la ciudad Salerno, la arena blanca y la pantaloneta gris. Al lado derecho una montaña rocosa con brotes de cemento y ladrillo en formas de casas hermosas. Al lado izquierdo un triste barco de carga estacionado que se le ha arrebatado su razón de ser y al frente, detrás de todas las pieles semidesnudas y cuerpos esculturales de las féminas europeas, apenas puedo ver el mar.
Siento tristeza por el barco y por mi amigo al fondo que no puede disfrutar del aroma juvenil ni de la vista sexo-paradisiaca, ya que está en la mira de la general de su régimen matrimonial.
A mi lado una interesante conversación que incluye mujeres, literatura y temas más complejos como el significado de la vida, empieza a tomar fuerza con mi otro amigo, al que una pena de amor lo acongoja, aunque no me lo dice puedo notarlo, por la tristeza de sus ojos, sus aullidos al cantar y las canciones melancólicas que piden a gritos un abrazo de esa musa que no está.
Es en medio de uno de esos vallenatos de clima caliente donde mi olfato me notifica que estamos en Italia, pero huele a Colombia.
Con una sincronización envidiable cruzo miradas con una hermosa fémina que no llega a la mayoría de edad. En sus ojos puedo ver la inocencia de una princesa de cuento de hadas, pero sus rastas me dicen lo contrario, es allí después de cruzar miradas donde tomo el valor del gran Leónidas, rey de los espartanos, me acerco a ella, prendo mi porro y con mi italiano muy paisa le pregunto cómo se llama y si me puede regalar su número.
Con un cincuenta por ciento de éxito me devuelvo para el lugar con mis amigos después de haber fumado un porro con la hermosa y malvada Giulia. Pasan las horas, los temas, las risas y aquel gigante vino de 5 litros ya es historia, historia como el día de playa que va llegando a su fin. Me limpio la arena que puedo del cuerpo, me pongo mi camisa, miro al cielo, doy gracias a Dios y prendo el último porro que nos queda.
Leónidas
Deja una respuesta