Son las 5:25 pm de un sábado nublado de verano. La estación de tren de Salerno, Italia se adorna con los cientos de tapabocas coloridos que visten y lucen las personas que por acá pasan en tiempos de coronavirus. ¿De dónde vienen y a dónde irán?
La mesa de un bar ameniza la espera mientras llega el tren de las 5:40 pm. Frente a mis ojos están las cosas más sinceras del mundo: una cerveza Peroni, que en Italia es llamada despectivamente como La birra dei muratori o “La cerveza de los obreros” y que a nosotros nos encanta porque es barata y nos recuerda a la Poker colombiana; un termo ajeno lleno de vino de dudosa procedencia, otro lleno de vodka, mi amigo Daniel y un gordo bonachón, cortés, sonriente y lleno de verdad que se acercó a hablarnos. Su atención se fijó en nosotros por nuestras camisetas. Daniel lleva la 10 de Maradona en su paso por el Napoli. La mía es de la Selección Colombia.
“Muchachos pero la selección colombiana es muy mala”. Muy amable el gordito, amable y sincero, porque es verdad. Entre muchas y grandes desgracias de nuestro país hay una, menos grave, y es que nos tocó una selección prudente en su gloria. “Se los digo con respeto, también la selección italiana es una mierda. A uno de nuestros últimos entrenadores, de apellido Ventura, lo llamábamos des-Ventura”.
La cerveza y la conversación terminan y Daniel y yo nos dirigimos a tomar el tren. Vamos buscando un romance con la caótica y seductora Napoli, donde nació la pizza, fortín de Maradona, hermana de Cartagena de Indias y capital del sur de Italia. Vamos allá porque hoy se enfrentan el Napoli y el Barcelona de Messi y la curiosidad nos sugirió ver el partido en un bar de esta ciudad con su gente.
Una hora de viaje distraído por la ventana y un par de tragos del vodka que se conserva frío en el termo. Son las 6:30 pm aproximadamente. Llegamos y nos sentimos en casa, damos un paseo por el centro de la ciudad acompañados por el envolvente sofoco de un atardecer de verano. Hay una humedad espesa, pero agrada al alma y a los poros. Es una humedad acogedora, como anaranjada y azul, como caribeña y sin nostalgia.
Napoli acoge a sus visitantes como propios, sus calles angostas y los suelos detenidos en el tiempo son el escenario del ciudadano napolitano: afectuoso, pasional, vehemente, romántico, extrovertido, de gestos y palabras resonantes. Questi sono colombiani, se dicen entre ellos mientras nos miran.
El centro histórico de la ciudad nos pasea a su antojo, doblamos por esquinas desconocidas sin rumbo y las vías de los carros parecen peatonales. El temperamento del verano manda a todo el mundo a la calle y se forma un pegajoso agasajo de sonrisas, pieles bronceadas y un horizonte de licores de todos los colores.
Las napolitanas brillan, van y vienen con sus pieles a mil por hora, reluciendo e ignorando a todo aquel que les gasta una mirada vana. Sus pasos van a ritmo zarandeado de reggaetón y el peor trap que se inventaron. El enamoradizo se enamora tres veces por cuadra. Yo soy devoto a mi soledad y no las imagino a mi lado, no me huelen a sol, pero tal vez quisiera bailar una cumbia con ellas, Limoncito con Ron estaría bien y a continuación arrugar la ceja después de un guaro.
Maradona es el dios de Napoli. Estamos siguiendo sus pasos. Estamos buscando sus huellas mientras nos emborrachamos con la bebida de nuestros termos ajenos. Daniel no me tiene que hablar para entenderlo, su expresión grita que la vida es corta y debemos conocer algo nuevo y yo le creo porque hoy tengo ganas de vivir.
Por fantástica coincidencia llegamos a la via San Biagio dei Librai. En esta calle hay un café llamado Bar Nilo que rinde culto al Diego. Lugares que hacen homenaje a él debe haber miles en esta ciudad. La particularidad de este café es que queda exactamente al frente de una escultura llamada ‘estatua del dios Nilo’, dios fluvial de la mitología griega, es de la época romana, posiblemente del siglo II y está tallada en mármol. Un detalle coqueto para amantes de arte e historia. Pero nosotros y al parecer otros grupos de turistas solo vinimos para ver el café maradoniano.
En la mitad de la calle, entre el café y la estatua, un hombre joven de ojos observadores que hacía parte de un grupo guiado de turistas nos mira con curiosidad mientras bebemos una cerveza. De repente se nos acerca y le dice a Daniel que es fotógrafo de una revista de Bergamo y le gustaría hacerle unas fotos a su camiseta de Maradona. Daniel acepta y hay una pequeña conversación sobre su ciudad y fútbol. Su grupo guiado se desintegra y ahora conversamos también con el guía, que es experto en el centro histórico de Napoli.
Son las 8 pm aproximadamente. Un hombre joven de baja estatura, cabello rubio y tatuajes gastados camina con una lentitud sospechosa, como esperando que pase algo. Nosotros continuamos la conversación con el guía turístico y el fotógrafo. De la nada se escuchan estruendos y un par de gritos. Entre la multitud se alcanzan a ver corriendo el hombre de baja estatura y una persona de rasgos indios. Es un atraco. El guía hace un comentario atrevido y desafortunado, para él algunos inmigrantes hacen mal a la ciudad y al turismo. Mientras hace su discurso racista, adornado con excusas, notamos que el hombre de rasgos indios se acerca de vuelta, él no era el ladrón, es el héroe y el rubio la rata, recuperó los artículos robados y se los devuelve a un par de adolescentes de mirada lenta y boca abierta. “Ah, miren ustedes, me equivoqué”, dice con frescura el guía. Nos despedimos y continuamos nuestro camino.
Se acerca la hora del partido y no hemos encontrado un sitio que nos parezca adecuado para verlo. No se ven hinchas y no hay ambiente futbolero en el centro histórico. Decidimos ir al Quarteri Spagnoli o Barrio Español, un área urbana popular de calles estrechas y empinadas. No por coincidencia, sino por designio del deseo de ver fútbol, nos encontramos de nuevo al fotógrafo en el camino, nos saludamos como si nos conociéramos de toda la vida y caminamos juntos al llamado ‘Murales Maradona 1990’, un mural gigante hecho sobre el costado de un edificio al lado de un pequeño parqueadero, con sillas, mesas con televisores y por supuesto fotos, bufandas, un pequeño altar y otros objetos varios dedicados al equipo de Napoli y a Maradona. Bella maglietta le dicen a Daniel. “Linda camiseta”.
Nos mezclamos allí con la gente y sufrimos juntos porque un Messi inspirado le da el triunfo al Barcelona. Un gol anulado al Barcelona y los hinchas napolitanos celebran como si su equipo hubiera marcado. La gente habla, comenta el partido. Son casi las 10 pm y gol del Napoli de penal para descontar, se celebra con prudencia y el marcador se pone 3 a 1.
El segundo tiempo del partido es tenso, como una reunión con los suegros cuando no te quieren. El Napoli intenta, el equipo se acerca, se mueve y hace un buen partido, pero no llegan los goles. La tensión solo baja cuando un hombre grita desde un balcón frases en dialecto napolitano que nos resultan incomprensibles, con esto las caras largas de la gente cambian por carcajadas cómplices. No entendemos nada pero nos alegran sus risas y el beso de las Peroni.
El partido se torna frío y como tengo espíritu glotón le pongo acción comiendo un sánduche grande y grasoso. El fotógrafo bergamasco pierde la atención en el juego y se pone conversador. Está aprendiendo español.
-¿Para decir que algo es bueno se dice chévere? –pregunta.
-Claro, parcero.
-A mí también me gusta el fútbol colombiano, ¿qué tal el Junior y el América? –dice.
“Oigan a este”, pienso.
-No, no, no. Esos son regulares. Mejor el Once Caldas.
Asiente con una sonrisa y me dice que también conoce al Once. Hay un ambiente de resignación que incomoda. Tomamos cartas en el asunto, como si se pudiera hacer algo para acentuar una derrota, y empezamos a repartir el vodka del termo que aún se conserva frío. Algunos amigos que hicimos se resisten al licor, pero Daniel les tiene una respuesta mientras hace una expresión fría y severa, “si no toman ofenden a mis muertos”, el que se niegue a un trago después de esta frase no tiene respeto. Se lo toman y ríen medio encantados y medio sorprendidos por la frase. A lo mejor piensan que en Colombia los muertos sí se enojan.
Qué pasa que siempre me hago hincha del que tiene menos oportunidades de ganar. No es eso, es que creo en las hazañas y le entrego mi confianza al David que pelea contra el Goliat. Me lo enseñó el Once Caldas el primero de julio de 2004 cuando venció en una final de Copa Libertadores al “todo poderoso” Boca Juniors de Carlos Bianchi. Esta vez el Napoli perdió y a mí no me queda nada más que emborracharme. Designio del cielo napolitano. Eso quisiera el Diego y eso desea mi espíritu.
Las calles de Napoli se proponen a embriagarnos y en el camino conocemos gente que se suma. La Piazza Bellini nos ampara con las bondades de su vida nocturna. El borracho es un ser de conducta sociable. El que no haya hecho amigos estando ebrio que se haga revisar.
El vodka de termo se termina. Nos queda el vino, el termo que no es nuestro y tiene un color fucsia llamativo aún conserva la bebida fría por su interior de vidrio. La noche pasa entre historias y cerca de las 5 de la mañana, cuando vamos a darnos los últimos tragos, el termo ajeno empieza a sonar como un palo de lluvia, instrumento musical indígena. Ponemos el ojo en la boquilla y el interior es una sopa de vino y vidrio. Discutimos la molestia de haber dañado algo ajeno y quedarnos con sed. A lo mejor es un indicio para volver a casa.
El viaje de vuelta en tren es pasado por sueño. Dormimos y por suerte despierto en la estación de Salerno, donde debemos quedarnos. Daniel es un dormido insolente y no se quiere levantar de su silla. Son las 6 am y yo deseo llegar a mi cama, no le voy a insistir. Me bajo del tren y miro una última vez para adentro esperando que él salga. Afortunadamente sí se levantó, desafortunadamente el tren cerró la puerta. Parece la escena de una película, los dos ponemos la mano en la ventana del tren, él adentro y yo afuera. El tren parte. Yo me voy a dormir y a él le queda un poco más de viaje.
Jacobo Jurado
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