Dicen las paredes que sueñan futuros mejores, pero nunca se convierten en presente. Hablan las paredes hasta que las callan con pintura. Las paredes cuentan lo que callan los televisores. Las paredes, así, sin vida, sin bocas, sin pensamientos, dicen más que las parias que nos gobiernan.
Se moriría de pena la memoria si estas paredes no escupieran. Ella, tan flagelada por el país del sagrado corazón, se niega a desaparecer prendida de los ladrillos, aferrada al concreto, como si no hubiera más formas, porque, en realidad, no las hay.
Y a pesar de que la memoria sobreviva, se convierte en paisaje.
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