La pelirroja de en frente, tan distraída de mí que ignora mi presencia de piel bronceada y venas azules. Está encerrada en el espejo de sus ojos que solo reflejan para sus adentros. ¿Será tan linda como me la imagino? Hay unos treinta metros que nos separan.
Un holgazán que pide cigarrillos a los transeúntes no se atreve a mirarla cuando pasa por delante del banco donde ella descansa a la sombra ¿Existe o solo es una criatura sensual de mi imaginación?
Parece que los detalles plateados de las ondas del mar no le interesan, porque desde que la observo no ha levantado la mirada hacia el horizonte de barcos y olas, y yo, enamorado del agua salada, no puedo aceptar una relación con alguien que ignore semejante belleza.
Hay dos maletas que la acompañan. Una blanca de mano y una azul de bodega. Sentada en su lejanía me mira y se pregunta qué mierda hago mirándola y escribiendo. Tal vez ella reconsidere su cuestionamiento y crea estúpida la idea de que un sudaca le pueda estar atizando su cabello fogoso con tintas azules un jueves a medio día.
Creo que está esperando un tren que la llevará a un lugar donde sueña con ser feliz. Si tan solo se atreviera a conversar conmigo. Soy muy bueno fingiendo interés en historias que no me importan. Yo no voy hasta allá porque disfruto estar solo en la banca de cualquier malecón, pero a ella no le calza su soledad.
Usa más el celular que el paisaje, y tiene el cuerpo encogido, como si un caparazón cubriera sus inseguridades.
Un bigotón y su hijo gordito se sientan al frente mío y ya no tengo la perspectiva de mi nueva enamorada pelirroja. El señor toma al niño de la mano y se van a buscar otra sombra. Parece que el olor a amoniaco de los orines trasnochados de los vagabundos no son de su agrado. Yo lo soporto porque no quiero gastar energía en moverme, pues muy a las seis de la tarde tengo un turno de trabajo de siete horas en un restaurante que no conozco.
Mi nueva amada pelirroja está hablando por teléfono con alguna persona que le recuerda que no está sola en Salerno. Si ella supiera que está conmigo y que si se antojara le haría sendas lentejas con patacón como las que hace mamá.
Ahora es una familia de Medio Oriente la que me tapa su cuerpo menudo. Yo debería mirarla a ella con los ojos que miro a una neverita con hielo repleta de cerveza en estos días de verano. Ella merece que su acento fluctúe con el mío en un aire de desentendimiento y carcajadas. Yo merezco una banca sin olor a orines y una sombra translúcida dada por el arabesco de sus cabellos.
Antes de idealizar más a mi nueva amada pelirroja que nunca jamás volveré a ver, me marcho en busca de la ubicación del restaurante donde tengo que laborar esta noche, no sin antes pasar cerca de su banquita y regalarle una sonrisa que va a olvidar para toda la vida.
Notas de un solitario el 21/08/20
Anexo
Acabo de pasar por su lado y ella es una señora pelirroja muy fea. Voy a tener que comprarme un buen par de gafas.
Daniel Muriel
Deja una respuesta