Yo solo quería un par de chanclas

El mar polarizado, refleja luces naranjas, lánguidas, titilantes, en las laderas del Lungo Mare de Salerno. Atrás, arquitectura de otro siglo, carros, voces, la romería de la gente. Pienso, yo solo vine por un par de chanclas, y acto seguido, bebo aguardiente Cristal. Sentimos, junto a Jaco, que la jornada para cosas inusuales era esa, y apenas, en esas gradas frente a la marea, estábamos a la mitad de ella.

Bajamos en bus después del almuerzo, desde Fisciano, hasta la estación principal de Salerno para comprarnos, con nuestro cuarto o quinto sueldo, algo diferente que idas al mar o trago. Compré unas chanclas en promoción a un mes de haber perdido mi clásico par en la playa.

Hace unos  años se comprobó que Inditex, la compañía textilera que tiene en sus filas a; Stradivarius, Zara y Bershka, utiliza mano de obra esclava para confeccionar sus productos. Jornadas laborales de más de 12 horas. Pagos, con suerte, de 100 euros al mes.

Miro una sudadera en Bershka, negra, ancha, derrier caído, entubada al final. Escudriño la marquilla, made in medio oriente. Y recuerdo la crónica de hace más de un lustro que leí la semana pasada, donde más de mil personas, mayoría mujeres, murieron en Dacca, Bangladesh, en el derrumbe de unas instalaciones viejas. Vale dieciocho euros, la compro.

Las estructuras antiguas, casas, museos, edificios, tiendas, mercados, prohíben al sol penetrar nuestra caminata. Pierdo mis calzoncillos luego de un accidente en el baño de un bar, y continúo ‘a pelo’ el día. Nos topamos con un restaurante español que administra una venezolana que está casada con un italiano. Sangría, papas bravas, tapitas, mojito, margarita y seguimos.

Camino al Lungo Mare, vemos lo que parece un estanquillo. Un laberinto de cuellos refinados, barrigas pronunciadas, polvo de añejo, el verde, el vino, el fermento, el gin, el vodka, el ron, el absenta, el guaro, el whisky ¿el guaro? Imported Aguardiente Cristal Industria Licorera de Caldas. Del millón de botellas que la Licorera de Caldas pronostica vender en el exterior a fin de 2019, nosotros compramos una, a un viejito italiano de humor a gimnasio,  al que se la vendieron por ron. Nunca me había alegrado tanto una estafa.  

Foto tomada por: Daniel Muriel

En un maderamen extendido en la arena, volteamos codo, y ya no pensamos en el bus que nos deja, ni en la tarifa impensable de un taxi, ni en la madrugada a camellar a las siete de la mañana,  y nos explayamos a esperar que la vida, como siempre hace y hacemos, nos lance una solución.

Y lo que hizo fue arrojarnos a un diablo chiquito. Satanás es un negro yo lo conozco yo lo conozco. Esta vez estaba vestido de filósofo y poeta y colombiano. Nos fuimos con Hernán a celebrar con sus amigos, que en realidad eran cinco amigas.

Compartimos entre guaro, ron, tequila, y boulevardier, y a cuento de no sé qué, terminé caminando en la peatonal principal de la ciudad, con un dominicano, moreno, ancho, de pelo tieso y acento europeo con cadencia caribeña. Una georgiana, rubia, menuda, de ojos que me miran mucho. Y una argentina; mona, seria, con sonrisa que nos abandona por irse a dormir. Esto, mientras Hernán y Jacobo esperan impacientes en la entrada de la discoteca (que en realidad es arena, seis bafles, baños, barra, pista de baile, colores y guardias gordos) a la que, dicho sea de paso, entramos gratis por ser latinos.

-¿Y sabe bailar bachata?

-No

-¿Le enseño?

-Hágale pues.

Y brillo hebilla con la muchacha de Georgia, país al este de Europa y oeste de Asia, algo más grande que Antioquia. Las narices se entrelazan y los pies no coordinan. Compramos una botella de vodka, y alrededor de un mueble en el mar, se baila reguetón pegado y ella que no conoce de distancias, se avecina.

Voy al baño y cuando vuelvo ya está con Hernán, perreando con la mirada que me regalaba a mí. Se la zafo del brazo y bailamos todos con una despedida de solteras. Luego, sobre una tarima de un metro cuadrado, voy hasta abajo con ella, camisa que sube, bermuda que baja y mi raya se airea por unos segundos. Voy por un trago, y al volver ella se besa con el dominicano. La música no cambia, nos vamos y al llegar a casa a las tres, Jacobo rompe la botella de guaro que conservaba todavía un cuncho de anís.

Llego una hora tarde al trabajo, con tufo, y con mi jefe vociferando y advirtiendo que se le acababa la paciencia. Tal vez sea hora de claudicar a las noches de verbena. Seguro, solo, las de esta semana.  

Daniel Muriel

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